martes, 27 de enero de 2015

Eiji Yoshikawa (1882) - Taiko (1949)

Tremenda novela histórica japonesa ésta que acabo de terminar. Su autor, Eiji Yoshikawa, parece que originalmente la escribió en cinco libros pero en mis manos cayó todo el conjunto como una sola pieza. Al leerlo en formato electrónico y no visualizar el peso y volumen de la obra en papel, no he sido consciente del reto al que me enfrentaba hasta bien entrados los cuatro meses que he tardado en terminarla.

Yoshikawa es un autor (fallecido) de mucho prestigio en Japón, pero aquí no debe ser muy famoso ya que la temática de sus libros es de más difícil exportación que la de otros compatriotas suyos de los que hemos disfrutado mucho los lectores de este blog. Sus influencias están en las grandes obras clásicas de Japón, como el Heike Monogatari, que es como la Ilíada de Homero para nosotros. Más que a un Ken Follet de la vida me ha recordado a Pérez-Galdós.

En Taiko, nos cuenta la reunificación de Japón a finales del s.XVI (periodos Sengoku y Azuchi-Momoyama) y para ello utiliza como hilo conductor la vida de Toyotomi Hideyoshi. Este fue uno de los tres artífices de la unificación de un país que llevaba unos cien años de guerra civil permanente entre señores feudales.

La vida de Hideyoshi es la clásica historia de un niño feo - concretamente con cara de mono - y pobre que acaba convirtiéndose en el Taiko de Japón. El Taiko (o Kanpaku) era un título equivalente al de Shogun que se daba a los regentes que no eran de sangre noble, y viene a ser un Primer Ministro, o sea, máxima autoridad civil y militar en una cultura donde el Emperador es una figura más religiosa o ceremonial que ejecutiva. Nótese el efecto de leer este tipo de libros en que uno de pronto se convierte en una autoridad en la materia, como podéis comprobar.

En realidad gran parte del trabajo de unificación lo había hecho el que fue el señor de Hideyoshi hasta su muerte, Oda Nobunaga, un loco fascista al que no puedes evitar cogerle simpatía. Especialmente emocionante es la muerte de Nobunaga, que no desvelaré aquí, representativa del camino del guerrero (el famoso Bushido o código del samurai).

El tercer protagonista, que en la novela es secundario, es Tokugawa Ieyasu, quien terminó siendo Shogún (este sí era de sangre noble) al morir primero Nobunaga y luego Hideyoshi. El autor da a entender que el shogunato le tocó en una rifa y que el mérito había sido de los otros dos, lo cual no fue impedimento para que su dinastía continuara gobernando el país hasta 1867.

Hay una canción popular japonesa que dice así:

¿Qué hacer si el pájaro no canta?
Nobunaga responde: ¡Mátalo!
Hideyoshi responde: Haz que quiera cantar
Ieyasu responde: Espera


Yo diría que Nobunaga es como Aquiles e Hideyoshi como Ulises, fecundo en ardides.

A lo largo del libro es fácil perderse con tantos nombres de samurais, generales, ciudades y provincias, sobre todo porque después de cada batalla o asedio suelen cambiar las alianzas y los que eran enemigos pasan a ser amigos. Pese a su extensión es una novela que casi nunca pierde el ritmo. Eso sí, te tiene que gustar la cosa estratégica, la intriga política, las grandes batallas, las hazañas katana en ristre y los suicidios honorables, porque de lo demás hay poco.

El libro es difícil por su extensión pero me ha dejado un poso buenísimo y me parece recomendable aunque solo sea por salirse de lo convencional y por el interés de aprender un poco de historia.

Le pongo ****.


2 comentarios:

Rafa dijo...

Me das envidia Peter, por los buenos ratos que has tenido que pasar leyendo esta epopeya japonesa de gran tonelaje. Los libros largos tienen esa virtud, dan pereza abordarlos, pero cuando ya has perdido el contacto con la costa y estas metido dentro de la historia, son una verdadera gozada.
Enhorabuena,un fuerte abrazo
Rafa

Diego dijo...

Peter, te veo vestido de samurai con tus ropajes de guerra. Siempre le tuviste afición al género y todavía recuerdo el día en que te tuviste que deshacerte con harto dolor de los libros sobre los ninja que habías ido acumulando desde la infancia.

Rafa tiene razón. Qué envidia estar lejos de la costa metido en un ambiente entre místico y guerrero.

A ver si me convences para que lo lea.

Un abrazo y gracias.
Diego