sábado, 9 de febrero de 2013

El señor de las moscas (1954) de William Golding (1911- 1993)



Este autor, que la Academia sueca compara con Melville, porque sus novelas no solo dramatizan la lucha contra las fuerzas del mal y sino que son también relatos llenos de aventuras y emoción, recibió el Premio Nobel en 1983. De él había leído su estupenda Trilogía del mar (Ritos de paso; Cuerpo a cuerpo y Fuego en las entrañas) (1980-1989).

Fue profesor de escuela y en 1940 se enroló como marinero en la Royal Navy, donde permaneció cinco años, participando en la persecución y hundimiento del acorazado Bismark y en el desembarco de Normandía.

Esta es su primera y más famosa novela, que publicó a los 43 años y recoge su experiencia como maestro y marino. Se desarrolla en una isla del Pacífico, donde un grupo de niños y adolescentes, cuyo número nunca sabremos, ha tenido un aterrizaje forzoso, los pilotos y el avión han desaparecido y ellos, solos, tienen que enfrentarse a esta difícil situación.

Ralph, uno de los adolescentes, haciendo sonar una caracola reúne a todos los náufragos y con la ayuda del gafoso Piggy se proclama su lider y pide la necesidad de establecer normas que deben tratar de respetar, tales como: construir cabañas sólidas, recoger y almacenar agua dulce, hacer fuego y rotar guardias para mantenerlo.      

Pero los cazadores piensan de otra manera y en complicidad con la locura, la superstición y el mal, representado por el señor de las moscas (Baal Zebub o Belzebú), la aventura isleña se transforma en el revés del buen salvaje.

La novela no siendo larga tiene una parte central que es algo lenta y le he puesto XXX3/4. Está a vuestra disposición.

Rafa

2 comentarios:

Diego dijo...

¡Qué recuerdos más buenos tengo de esta novela! La leí cuando mis hijos eran unos adolescentes y se la recomendé. Les encantó.

En el fondo es algo más que una novela, es un tratado de antropología, o de sociología, o de ambas.

Gracias, Rafa.

Mercedes dijo...

También me gustó cuando la leí hace bastantes años, pero tengo la sensación de que me pareció sobrecogedora.