lunes, 20 de enero de 2014

Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee (2013) de Eduardo Lago (1954)


Eduardo Lago vive desde hace 25 años en Nueva York, donde fue director del Instituto Cervantes y actualmente es profesor de literatura en el Sarah Lawrence College. En el 2006 ganó con Llámame Brooklyn el premio Nadal. Esta es su segunda novela.

El original de Laura es un texto disperso en 138 fichas que componen el borrador del último libro que a su muerte dejó inconcluso Vladimir Nabokov, siendo su voluntad la destrucción del original.
Esto no se hizo, y fue su hijo Dmitri quién publicó las fichas en forma de libro. Lago buscando desvelar el misterio de esas fichas, encuentra que la mejor manera de hacerlo es escribiendo una novela.
En ella su alter ego Benjamín Hallux contrata a su vez a Stanley Marlowe, un imaginativo escritor fantasma (en español: “un negro”),  que ha escrito para otros autores de best-sellers, entre otras: Un templo en el fondo del mar; El pijama de Auschwitz; La tristeza del espadachín; El tiempo sin pespuntes, etc. (se observa el humor de Lago).

En paralelo con la historia anterior, Marlowe es contratado por la bellísima esposa del multimillonario Arthur Laughton para que escriba una autobiografía de su marido antes de que este muera.

La novela es una animada y laberíntica intriga, donde no es difícil perderse, sobre el mundo editorial y sobre la propia creación.

El informe Marlowe, supone una auténtica hipótesis sobre el manuscrito de Nabokov, cuya última ficha, la número 138, presidida de la desnudez escalofriante de una tríada de ceros encierra un proceso de aniquilación de la palabra, que se despeña en el vacío: 00 [0], eliminar, suprimir, borrar, tachar, cancelar, anular, obliterar, en suma destruir..

Dentro de la novela hay otro relato de Marlowe, titulado Un torso sin rostro, que narra una historia terrible de locura y crimen. A medida que avanzaba su lectura fui reconociendo que su argumento confluía con el de una excelente novela de Siri Hustvedt: Todo cuanto amé (2003), en la que los personajes de ficción tenían otro nombre siendo los reales Siri Hustvedt, Paul Auster, su marido, y el hijo del primer matrimonio del conocido escritor.
La historia ya entonces me impresionó por su dureza y hoy la encuentro aún más escalofriante, sin poder evitar la pregunta de qué llevó a su autora a utilizar un tema tan privado y serio como el principal de una novela.

Le he puesto XXX3/4 y está a vuestra disposición


Rafa

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